Y la pasión por lo precolombino no se quedó en nuestras fronteras continentales, trascendiendo en la obra de escultores foráneos, muchos de ellos protagonistas ineludibles del ámbito internacional: el español Jorge Oteiza, fascinado con la cultura de San Agustín durante sus años en Colombia; el inglés Henry Moore, que visitó conjuntos arqueológicos mexicanos de la mano de Rufino Tamayo y que quedó marcado de manera indeleble por el Chac Mool de los mayas; el alemán Mathias Goeritz, también en México; o el estadounidense Isamu Noguchi, en varias de sus esculturas abstractas.
Todos ellos sumaron su fascinación por lo precolombino a la de tantos creadores no latinoamericanos de reconocido prestigio universal que imprimieron a sus obras el sello de las culturas originarias de nuestro continente: Frank Lloyd Wright o Robert Stacy-Judd en la arquitectura, Josef Albers o Barnett Newman en el dibujo y la pintura, Annie Albers o Sheila Hicks en los textiles, Michael Heizer o Richard Long en el Land art, Edward Weston o Lee Friedlander en la fotografía, y un larguísimo etcétera. Y esto sin contar la interminable pléyade de latinoamericanos que también hicieron lo propio, y en la que se cuentan, por mencionar sólo un puñado de casos, Héctor Greslebin, Manuel Amábilis, Joaquín Torres García, Fernando de Ssyszlo, Roberto Matta o César Paternosto.